“Lo que hoy somos descansa en lo que ayer pensamos, y nuestros actuales pensamientos forjan nuestra vida futura” (Buda).
La tecnología que ha desarrollado el ser humano a lo largo de su evolución lo ha moldeado desde lo social hasta lo neurocerebral.
Por citar algunos ejemplos básicos, el descubrimiento del fuego promovió nuevos hábitos alimentarios y nuevas formas de relación social en torno a la comida. En los países ricos, en la actualidad, la elaboración de los alimentos se ha convertido en un objeto de experimentación y de distinción, y no solo de supervivencia.
La invención de la rueda facilitó el transporte de personas, animales y mercancías, y con ello el intercambio de culturas (conocimientos, valores, creencias, ritos, formas de comercio, organización social…).
Los sumerios inventaron la escritura y se estableció una nueva forma de transmitir los saberes que hasta entonces se realizaban vía oral y se apoyaba exclusivamente en nuestra memoria a largo plazo. Se sabe que la lectoescritura ha producido cambios en nuestro cerebro. Ha sido necesario crear nuevas conexiones entre neuronas para llevar a cabo estas destrezas lo que ha dado lugar a nuevos circuitos neuronales entre las áreas del cerebro relacionadas con la visión y la fonología; el cuerpo calloso (haz nervioso que conecta los dos hemisferios) y los cíngulos angulares derecho e izquierdo, además de las áreas relacionadas con la conceptualización, el análisis espacial y la toma de decisiones.
Nuestro cerebro, y por consiguiente, nuestro comportamiento cambian ante la influencia de la cultura y las nuevas tecnologías. Este proceso se produce gracias a la neuroplasticidad o plasticidad neuronal, que es la capacidad que poseen las neuronas de establecer nuevas conexiones entre sí, y por tanto, crear rutas que conducirán a nuevas organizaciones corticales. Las conexiones sinápticas se crean y se destruyen en función de las experiencias que vivimos y sentimos a lo largo de nuestra vida, lo que nos permite aprender constantemente.
Así, nuestro pensamiento se produce gracias a las conexiones entre neuronas. Cada pensamiento nuevo crea una nueva ruta neuronal y el cambio de un pensamiento a otro activa distintas conexiones. El cerebro está constantemente organizándose y reorganizándose en función de las exigencias del medio.
El nacimiento del primer ordenador, hace unos sesenta años y el posterior desarrollo de Internet, las redes sociales, la telefonía móvil, etc. ha modificado significativamente nuestro mapa económico, laboral, social-relacional, y como apuntan ya algunos investigadores, también neurobiológico.
Nicholas G. Carr, experto en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), y asesor de la Enciclopedia británica plantea cómo Internet modifica nuestro cerebro y nuestro comportamiento.
Carr opina que las características propias de la Red como la rapidez con la que se presenta la información, y la forma en que se presenta, en porciones, nos obliga a una lectura superficial lo que contribuiría a disminuir nuestra capacidad de concentración, atención, reflexión y contemplación que se consigue con la lectura en profundidad.
En nuestro proceso de búsqueda de información a través de la Red vamos saltando de un contenido a otro lo que incentiva la lectura rápida y superficial. La vista pasa por el texto dando saltos hasta dar con lo que buscamos. En un ensayo dirigido por expertos del University College de Londres (UCL) sobre los hábitos de búsqueda de información en Internet, hallaron que los usuarios “miraban la información por encima” sin detenerse en ella. Iban de un artículo a otro, y no acostumbraban a volver atrás. Buscaban titulares, páginas y resúmenes para conseguir una satisfacción inmediata. Y esto no solo se ha observado en los adolescentes, que pasan más horas en Internet y que ya nacen casi con un ordenador bajo el brazo, sino también en los adultos que van incorporando este nuevo hábito tras la introducción de las tecnologías digitales en la mayoría de sus trabajos. Con esto, se entrenaría nuestra inteligencia visual-espacial y se debilitaría el procesamiento más profundo de la información.
Carr señala que la lectura sostenida y profunda permite el pensamiento profundo, y éste se encontraría comprometido por la dinámica de rapidez y de información en porciones característica de Internet, de los móviles y de las redes sociales, lo que estaría moldeando nuestra manera de pensar. Por otro lado, Maryanne Wolf, investigadora de la lectura y el lenguaje de Tufts University (EEUU), plantea que la información sin guía podría conducirnos a creer que estamos adquiriendo conocimientos, cuando en realidad para ello es necesario que se den procesos de pensamiento difíciles y largos que conducen al conocimiento auténtico, y esto no se conseguiría con la lectura a saltos y superficial que no supone un esfuerzo de concentración ni atención sostenidos…
Lo que estaría en juego es, según Carr, son algunas de nuestras funciones cerebrales superiores como “nuestra capacidad de concentración, de abstracción, reflexión y contemplación” que estimulan la creatividad y nos hace únicos. La concentración en una tarea es clave para el establecimiento de la memoria a largo plazo, el pensamiento crítico y conceptual, y la creatividad. Las emociones y la empatía también necesitan de ese tiempo para ser procesadas. Si no nos damos el tiempo necesario para prestarnos una atención plena y consciente ¿qué será de nuestro Yo? ¿Y del de los demás?.
El reto es vivir la vida como un verbo, no como un sustantivo.